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lunes, 4 de marzo de 2013

Desde la banca

Por: Antonio Tranquilino

El día que los bullys se callaron.

Siempre pensé que había llegado al lugar equivocado cuando recuerdo el colegio en el que pasé mi infancia y adolescencia; era un lugar turbio, que silenciosamente se llenaba de gente con poder adquisitivo que tenía -directa o indirectamente- la orden de disminuir sus valores. 

Mis primeros años los viví escondido en la biblioteca, quizás el único lugar de la escuela en donde sabría que los problemas del recreo no se acercarían. Mi padre me llevo a clases de fútbol pero no duré mucho, era gordo y no podía competir con los que iban cuatro o cinco veces a la semana, hubo un momento en el que no pude más y me salí después de un balonazo en la cara, a mi apreciación adrede.

Inmediatamente después de esto vinieron las clases de batería, piano, composición, laudería, conjuntos vocales, contrapunto, trompeta, violín, armónica y otras que se fueron añadiendo en el transcurso de bohemias noches; y aunque siempre quise jugar bien al futbol, nunca pude. 

Llegó secundaria, la agresividad de mis bullys se había convertido en feromonas y ahora se iban atrás del auditorio o a las gradas del campo a fajar o darse unos acás con las morritas, mientras yo, al lado de mi inseparable pandilla veíamos todo desde lejos, era bueno no saberse acosado. Pero así como el apartheid y el sur de Estados Unidos antes de King, éramos iguales pero no tan iguales a ellos, ya no nos pegaban, pero si se burlaban de nosotros y obvio, no jugábamos futbol. 

Mi mejor amigo Ricardo, Omar y yo jugábamos pensando en las proezas, las hazañas; no había ni Fox Sports ni ESPN, lo único que podías conseguir era la antena parabólica, en donde todo era NFL, NHL, NASCAR y demás siglas ajenas a la FIFA, UEFA Y CONCACAF; así que muchas de las jugadas que platicábamos en clase eran nuestras propias jugadas, las que hacíamos en el frontón, en las pequeñas porterías de los costados del campo, en el “chiquero” (un espacio de 6x3 de pura tierra con un árbol como portería)... nuestras jugadas quedaban en sueños. Omar siempre se metía en problemas, digamos que a pesar de su excelente bondad como persona, en la cancha seguía la filosofía de Don Isaac Terrazas (“la bola o el jugador", los dos nunca); Ricardo era un excelente atleta, pero nunca se llevó con los fresitas, siempre le cayeron mal, por sus gustos musicales sobre todo; escuchar canciones de Mónica Naranjo en el Alebrije o el Kokopelli no era algo que pudiera ganarle a jugar Winning Eleven después de jugar una cáscara de 3 horas en casa de Luciano, otro excelente atleta que no aguantaba a los fresas que hacían los equipos y prefería junto con nosotros echar el palomazo, los tiros y las partidas de Nintendo 64. 

Estábamos los demás, los que no sabíamos nada pero queríamos mostrarnos. En la clase de deportes para hacer los equipos del torneo de verano fuimos excluidos, esta vez éramos casi 22, sin contar a Luciano, Ricardo y Omar quienes ya estaban siendo fichados a cambio de lo que se utilizaba en aquellos años para fichar a un jugador: tortas, chipotles Barcel -los chipotles Barcel costaban 50 centavos, lo que lo hacían algo posible de comprar todos los días-, tarjetas de Playboy, los cigarros no entraban aún, los que fumaban no jugaban.

Y me quejé, ante ese hijo de puta llamado profesor de deportes quien 7 años antes y yo teniendo 7 años me dijo “no sirves, mejor vete” y que me hizo llorar por una semana después de las pruebas de los entrenamientos de la escuela. Éramos 2 equipos completos que teníamos el derecho de pagar nuestra cuota y ponernos nuestra casaca Galgo fluorescente, perder por golizas sin ser molestados, saber que lo dejamos todo en la grama. 

Fui con el director, en el recreo Ricardo me dijo “ya mande a la verga a esos pendejos”. Luciano acababa de pelearse con uno de aquellos y estaba igual, después llegó Santiago, el Carmona; el profesor de deportes se tuvo que tragar sus palabras. Todos se morían de risa, el primer equipo de los torneos que no representaba a ningún grupo escolar en especifico había nacido. La Real Sociedad Independiente. Diseñamos playeras, al final el maestro se hizo de la vista gorda y nos puso 2ndo naik. Todos se reían, y más se rieron en nuestros partidos, perdimos 6-0 contra 2ndo G , 8-0 contra 3ro B, 7-0 contra 2ndo B. Era frustrante, el Aramburu, un aguerrido defensa y Omar terminaron varías veces a golpes, derrotados.

Un día, 3 jugadores claves del 2ndo G. (de esos pinches malandros que sacan 10 en todo pero que los vuelves a ver hoy en día y están dados al catre) tuvieron que salir de la escuela para una prueba de inglés, a base de pases filtrados y jugadas de primer toque con la fuerza y puntería de nuestra delantera anotamos 3 y nos anotaron 2, ese día me cambiaron a la delantera, el segundo gol de ellos había sido un autogol mío, creían que era mejor ponerme en un lugar en donde mis errores no costaran tanto. Fue un lunes, por que en el último despeje mi zapato se despegó de la suela y tuve que caminar sin ella todo el día, acompañado de mi mejor amiga, quien nunca me vio jugar por que era alérgica al pasto.

Ganamos todo el resto de la temporada regular, jugamos repechaje con los mejores de primero, ganamos, ellos jugaron la final contra el mejor 6to de primaria y perdieron, ese equipo tenía muchas expectativas pero no pudo. Después un tercero -3ro B me parece-, partido en la mañana, jueves, despejado, de esos días post lluvia de los que se expresaba Velasco en sus pinturas que hoy en día ya no existen, un sol quemante sobre el césped, en una jugada de tiro de esquina, todos adentro, Ricardo saca con los puños pero la pelota queda maltrecha en el piso, detenida por un charco le doy un golpecito, acomodo mi cuerpo más adelante, reviento con todas mis fuerzas, el Manuel (que entro de último fichaje) se lleva al portero con facilidad, gol, se acaba el partido, estamos dentro de los mejores 4, no teníamos plan para el viernes, no teníamos novias, no teníamos los últimos Air Jordan ni los tiempo 2000, nuestros papás nos hacían trabajarle para sacar para los domingos y con tanto fervor nuestras calificaciones eran malísimas, pero ese equipo hecho de los que nunca iban a jugar por malos, gordos y enquencles ñoños estaba dentro de los mejores 4 de toda la secundaria.

José María Velasco, "Valle de México", 1877
Óleo sobre tela. 160 × 229 cm., Museo Nacional de Arte, México.

Semifinales: 2ndo B.

Ese día mi padre con poco gusto iba a recibir mi boleta, 6 materias reprobadas -4 de ellas con menos de 3 de calificación-, ¡Que horrible sensación! a sacarlo todo en la cancha, recuerdo que el partido lo hicieron Omar y Santiago, quienes habían estado desde el principio. Esta vez mi mejor amiga se fue por un atajo evitando cualquier pedazo de pasto que le causara alergia. 2 a 2, penales.

Sabía que todo esto había sido mi idea, pero por lo mismo, sabía que no debía tirar, Ricardo para la última, Santiago tira fuerte, raso, colocado... Estamos en la final. Santiago se abalanzó sobre mí y me sangró mucho la nariz, hasta mi mejor amiga se metió al festejo aunque después perdí mi clase por llevarla a la enfermería para que le dieran un anti estamínico. Me compró unas Ruffles de queso saliendo.

La final: 2ndo G ( el derby del salón).

Casi todos del mismo salón: 2ndo naik vs, 2ndo G, todos en silencio. El primer tiempo en el recreo del lunes, el segundo el martes. El primer día, uno de los nuestros que venía de primero fue expulsado de la escuela, de la misma forma otro de los que nos apoyaba en la delantera fue llamado a jugar contra nosotros, no había cambio, anotamos primero; empataron y así nos fuimos al segundo tiempo. En el segundo tiempo un gol tempranero nos ponía en desventaja, luego un error en la defensa y cayó el tercero, justo cuando estábamos a punto de deseperarnos entre nosotros salio el balón por el costado, se suponía que yo debería de hacer bulto y nada más, pero empecé con todo y nervios a llevarme el balón, me lleve a tres defensas y quedé a 25-30 grados del ángulo del portero, quien se venció, el disparo salió y la pelota rodó en el aire como si una imaginaria manguera de bomberos la dirigiera hacia el ángulo contrario, desprovisto de enemigos, solo éramos yo, el efecto Coriolis que me preguntaron en el examen de geo que reprobé, la ley de Newton que nunca me aprendí, y el sueño, ese sueño con el que jugaba en la alfombra de la sala de mi casa… Pero rozó, se salió, botó y cayó hacia la alberca que se encontraba abajo, bajé las escaleras con unos tacos le coq sportif que me había prestado mi papá, estaba a punto de sonar la campana, tomé con rapidez la red y saqué la pelota, la avente y subí corriendo, apenas viendo a mis compañeros sonó la campana y el silbatazo final estaba consumado, perdimos.

Había quedado de ayudarle a Dulce Carolina, mi mejor amiga, para que estudiara historia conmigo esa tarde. Poco a poco sus bromas y su arte para decir cosas chistosas sin sentido (algo que he aprendido a perfeccionar con el paso del tiempo), escuchamos a Blur, a los Mosh, a los Beastie y su canción “time for livin”; y no hablamos del tema. El siguiente lunes, enfrente de toda la escuela, recibimos nuestro trofeo, hubo exámenes, salí rápido y de mi mochila saque un balón penalty de la Copa America de Bolivia 97 que me había robado de la dirección. Los de 2ndo g se acercaron, querían hacer la reta, no los dejamos. En cambio Neris, ñoños, feos y gordos jugamos toda la hora restante. Recordamos jugadas y comimos una torta de col con queso y una mini rebanada de jamón. La sonrisa era de plata, nuestros corazones de oro.

Muchos años han pasado, Dulce Carolina se fue antes de tiempo (pero se que desde arriba me ve y me cuida), mi pandilla sigue siendo mi pandilla, algunos se han ido y regresado, pero siempre que nos vemos el tiempo se detiene. Voy a tocar en el mismo festival que Blur y mi equipo ahora tiene una estrella (cuando entonces solo veía puntos porcentuales del descenso). Podré cambiar, seguir y transformarme, pero siempre que me encuentro a punto de hacer algo importante, me acuerdo de aquello: impalpable, intangible, la basurita en ojo, la razón por la que nadie se convierte en alguien, el esfuerzo, sacrificio y camaradería de la Real Sociedad Independiente o 2ndo Naik. Siempre recordaré el sudor y la sangre, por que como diría el más grande de los caudillos: Prefiero morir de pie, que vivir de rodillas.

¡Qué afortunado me siento con la vida de poder recordar esto!

Excelente día a todos, puño en alto, consciencia tranquila.

Antonio Tranquilino

1 comentario:

  1. Maravilloso relato: profundo con mucho sentido y sobretodo, un relato que en lo personal me transportó a los tiempos de los 90s en los que así como el autor todos tenemos una historia qué contar de nuestras retas en los recreos, torneos escolares, qué se yo... Gracias Antonio por compartir estas vivencias. Saludos.

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