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miércoles, 8 de agosto de 2012

No hay sueño imposible...

El último gran objetivo: la presea dorada.
Hace algún tiempo, toda una generación crecimos con una caricatura que nos ayudó a fomentar nuestra pasión por el fútbol. Bajo el eufemístico nombre de “Supercampeones” (el nombre original es “Captain Tsubasa”), dicha serie animada nos narra las aventuras de Oliver, un chico con una habilidad excepcional para jugar, quien recorre diversos campos, luchando en diversos torneos, todos llenos de experiencias nuevas: de las polvorientas canchas de Nankatsu, pasando por el empastado del colegio Niupi hasta llegar a jugar una Copa del Mundo juvenil; Oliver y sus amigos viven una historia llena de retos, momentos difíciles y rivales complicados; pero al final deja una lección de amistad, espíritu de equipo y de fijarse objetivos… para alcanzarlos. 


¿Quién iba a decir que la ilusión de unos sería la realidad de otros? 

Cuando la serie comenzó a ser transmitida en Japón, el gobierno y la asociación de fútbol de dicho país vieron una oportunidad única para fomentar el gusto por el deporte –y en particular del fútbol- entre la niñez; con la mente pensando en que en un futuro pudieran convertirse en una potencia. Es más, de cara al mundial que organizaron junto con Corea del Sur en el 2002, se creó un anime especial para celebrar dicha competición. El éxito de esta serie no sólo fue a nivel local, ya que su fama llegó a tierras tan lejanas –para ellos, obvio- como España y México. Si bien el fútbol muchas veces pasó a ser un factor secundario, ya sea por las historias de los personajes, las lecciones dentro y fuera del terreno de juego o las relaciones interpersonales, siempre fue el hilo conductor de la serie; todo giraba alrededor de un objeto redondo y que siempre que cruzaba una línea de gol era al mismo tiempo fuente de alegría y tristeza. Y como muchos otros niños de esa época, aprendí a querer al fútbol no sólo por lo que es, sino por lo que te permite ser y creer. 

Por otro lado… 

Desde que tengo uso de razón, México había sido un eterno “ya merito”, el país de la calidad auto-negada, la tierra de los héroes sacrificados y anónimos que siempre fallaban en sus intentos por alcanzar la gloria. Del recuerdo de “no falles Borja” al “sí se puede”, mis ojos infantiles fueron creciendo (a la par del desarrollo de Oliver, Tom, Benji y Kyuga) con 'Zague' acostado en la línea de meta noruega y Jorge Rodríguez entregándole un penal a Mihailov; con un Jorge Campos batido en el suelo por un jugador belga que hoy nadie recuerda y con un “Matador” al que le dio miedo terminar con su víctima cuando estuvo a su merced; con Landon Donovan celebrando en un partido que todos dábamos por ganado; con la impotencia de Oswaldo tras el tiro preciso de Maxi, o con un “Bofo” trotando despreocupado por tierras sudafricanas. Panorama negro y desolador, ¿no? 

Para quienes no lo vivieron, aquí el recuerdo de una de las tantas tardes trágicas del "Tri".

Y sin embargo, un día algo cambió. Cuando nadie daba un peso por los mundiales juveniles en este país (y quien les diga que ya conocía a Gio, Vela, Esparza o Guzmán antes del inicio de Perú 2005, miente), unos chamacos sin cadenas mentales ni miedos heredados nos mostraron el camino a seguir. De nada importó que ante ellos estuvieran equipos tan fuertes como Holanda o Brasil, al final la confianza en sus habilidades y el deseo ferviente de triunfar los colocaron donde muchos pensábamos que sólo en sueños podría ser posible: En un podio, celebrando la obtención de un título. Dicen que hay que escuchar a nuestros mayores, que ellos son la voz de la experiencia… Para el fútbol mexicano ha sido al revés. 

A partir de ahí, el sueño se volvió una necesidad; nos habíamos convertido, sin saber, en adictos… pero no de esos adictos que necesitan jeringas o paraísos artificiales, sino triunfos, victorias, gloria. Recibimos una nueva dosis de felicidad hace apenas un año, y poco a poco hemos tenido nuestras dosis repartidas en cantidades cada vez mayores.

Los héroes del 2005...
Las nuevas generaciones nos han enseñado cómo derrumbar murallas, como sondear peligros y, lo que es mejor, cómo y con qué enfrentarlos. Han sido ellos, libres de despojos y resquicios de vicios de antaño quienes han venido a cazar fantasmas, cambiar paradigmas y recordarnos con hechos que “imposible, sólo eludir la muerte”. Son ellos, sin tantos malos recuerdos en su memoria, quienes han venido a limpiar y relucir algo que pensamos quedaría empolvado para siempre: nuestros sueños, nuestras metas. 

...y los del 2011.
Trabajo, constancia, superación, hambre de triunfo son sólo algunas de las muchas cualidades que cualquiera debe poseer si quiere aspirar al triunfo. La paciencia y muchas veces el transcurrir de los años antes de ver resultados tangibles hacen que la desesperación nos gane, y ante el primer descalabro nos desalentemos. A veces hace falta recordar que ante todo, el deporte no es más que un juego, y si mantenemos vivo al niño interior, estaremos quizá más cerca de entender su esencia, y por ende, de ganar. Es por ello que el ingreso a una final olímpica debe celebrarse en todo lo alto: no sólo se termina con la sequía, sino que además se confirma que el futuro del balompié en México está en buenas manos... perdón, pies. Si de algo estoy seguro, es que los niños que hoy aprenden a jugar fútbol ya no tienen en sus mentes cachirules, derrotas “honrosas”, “aztecazos”, penales malditos ni eliminaciones en primera ronda; ellos ya traen en su sistema ese gen ganador y una historia renovada, libre de telarañas y monstruos; después de todo, en sus cortas vidas ya han visto más campeonatos de los que Fernando Marcos jamás soñó. 

Dudo mucho que una simple caricatura sea el detonante de todo. Lo que sí nadie me quita de la cabeza es que dicha serie, que quiso utilizarse como catalizador de pasiones quizá tuvo un efecto positivo en quienes ayer fueron los verdugos de sus creadores (porque no digan que Peralta no emula a Kyuga, o Efraín Cortés a alguno de los Gemelos Koriotto). Quizá no realizan jugadas imposibles y ajenas a las leyes de la física, pero si alcanzaron lo que para la mentalidad mexicana era impensable. Curioso como el sueño de unos lo plasman otros. Como reza el viejo dicho: “nadie sabe para quien trabaja.”

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